La aparición del concepto de la guerra en la humanidad va muy ligada a la lucha por la supervivencia de la especie humana, especialmente en nuestros más recientes y nuestro predecesor directo –el Homo Sapiens Primitivo- Evidentemente influye el desarrollo de la agresividad como mecanismo de supervivencia innata, a fin de compensar la falta de fuerza física o de recursos tales como una dentición equivalente a los mamíferos carnívoros, fuertes guerras o una gran velocidad y resistencia, pero el hecho de ser una especie gregaria hace que siente los pilares de diversas formas de pre sociedades y con ello el apoyo mutuo para la obtención de recursos, o por el contrario la preservación del mismo, así como el marcaje territorial.
Debido a ello, la aparición y evolución del denominado arte de la guerra, se produce en gran medida por la interacción con otros grupos humanos o culturas y con ello l aparición de los sistemas de lucha y artes marciales propias.
Así tenemos que, en nuestros orígenes, nuestros ancestros del Paleolítico y Neolítico utilizaban palos y piedras a modo de armas, descubriendo que el sílex resultaba fácil de pulir y permitía la obtención de un borde afilado, pudiéndolo utilizar como herramienta multifuncional, entre ellas como precursor del cuchillo de mano. Estas primeras armas no fueron construidas para la guerra, sino como defensa del ataque de otros animales y como herramientas para cazar y poder alimentarse. A medida que la evolución incrementaba los medios para perfeccionar dichas armas, aparecieron otras tales como el hacha, la azagaya, la jabalina o el arco y las flechas, perfeccionándose cada vez más los cuchillos de sílex y adquiriendo una forma cada vez más familiar –por ejemplo, en período Solutrense-

Como hemos indicado anteriormente y en consonancia con la evolución, el ser humano se da cuenta que las agrupaciones no solo sirven para compartir recursos, esfuerzos o perpetuarse, sino que es una forma de ostentar un poder determinado y poder abarcar más territorios que ofrezcan mayores recursos, por lo que se empiezan a construir las sociedades tribales. Estas a su vez evolucionaron los sistemas agrarios –coincidiendo con la revolución agraria del Neolítico- la construcción de casas, infraestructuras y caminos y los enclaves de culto y de intercambio comercial; pero a su vez llegaron las disputas por los recursos con las tribus vecinas. Así nació el arte de la guerra y las armas comenzaron a especializarse para la lucha con otros seres humanos.
Inicialmente, los enfrentamientos consistían en el choque de dos tribus opuestas que en un lugar prefijado, se arrojaban piedras, lanzas, flechas e intercambiaban insultos y amenazas. En algunos momentos, algunos miembros de la tribu cruzaban la tierra de nadie que separaban los dos bandos y intentaban sorprender y asestar un golpe mortal a algún miembro de la tribu contraria. En general estas guerras tribales finalizaban con la puesta del Sol, casi siempre sin alcanzar un resultado claro. Con posterioridad y gracias a la producción alimentaria que permitía la agricultura y el pastoreo, la población tribal creció y con ello la necesidad de asentarse con carácter permanente en el territorio que se trabajaba, surgiendo las sociedades organizadas dotadas de niveles estructurados de gobierno y con una forma de vida más especializada y sencilla; pero al mismo tiempo comenzaron a aparecer mayores dificultades, porque dichas sociedades producían mayores excedentes, que a su vez producía mayor riqueza, con lo que siempre aparecían grupos humanos que intentaban apropiarse de dichas riquezas. En este punto surge la clase guerrera, a fin de hacer frente dichas amenazas y al tener un grupo humano especializado y libre de otras funciones, estimula otros avances tales como la fabricación de mejores armas o el ensayo de nuevas técnicas de lucha. A partir de este punto comienza a aparecer la necesidad del estudio de la estrategia y técnicas estructurales, la aparición de diversas técnicas marciales de carácter individual y grupal y la aparición en el campo de batalla de las primeras armaduras corporales, cascos y escudos.

La revolución Neolítica trajo el descubrimiento de la alfarería y por irónico que parezca subsidiariamente el desarrollo de armas más eficaces y mejores para la lucha. Con el desarrollo de la misma –entorno al 8000 o 7000 a de C- el ser humano comienza a encerrar el fuego en primitivos hornos que incrementan la temperatura de las hogueras. Esto le permitió descubrir el cobre y moldearlo de diferentes maneras, entre ellas con forma afilada y en forma de punta de sílex, produciendo hachas, puntas de lanzas y flechas y los primeros cuchillos, precursores de las espadas. 1500 años después, el descubrimiento del bronce –aleación de cobre y estaño- se pudieron producir armas mucho más fuertes y resistentes, pero también armaduras y protectores corporales. Posteriormente entorno al 1500 a .d .C, la aparición de las técnicas de fundición del hierro, le permitió prácticamente producir armas en serie, debido a que fuera de la dificultad de mantener una temperatura mucho más elevada que con la fundición de bronce, el mineral de hierro es muy abundante y fácil de encontrar.

Gracias a ello se amplió considerablemente los horizontes marciales del/a guerrero/a, debido a que surgieron nuevas técnicas y aplicaciones que motivaron el desarrollo de todo un sistema de lucha a fin de poder aplicar dichas técnicas en las situaciones correctas. Además, la influencia de dichas armas en combinación con los distintos tipos de contextura física, entorno cultural, medio ambiental y una serie de estilos particulares de técnicas guerreras, ejercieron su influencia sobre el ciclo evolutivo marcial de un determinado pueblo.
Cabe destacar que primeramente se desarrolló el armamento y a partir de aquí apareció los sistemas para darle uso; es decir en otras palabras: primero nació el arma y con el paso del tiempo y un proceso de ensayo & error llegaron los medios para utilizarla, seguido de sus respectivos métodos de entrenamiento. De hecho, a pesar de que en diversos momentos históricos florecieron sistemas de armamento y lucha y sus correspondientes estilos de arte marcial, en todos ellos se aprecian similitudes básicas. Por citar un ejemplo, un practicante de Aikido con su “bokken” realiza el mismo movimiento -semejante a un hachazo- que ejecutaba un legionario romano con su “gladius”; la única variación es la impuesta por la técnica concreta del uso de dicho armamento, dentro de un ejercicio determinado y este a su vez, dentro de una estrategia concreta afín al uso cultural…
